Gastronomía Mexicana
Acerca
de lo Gastronómicamente
Mexicano
Alberto
Peralta de Legarreta
www.alberto-peralta.com
Vamos
a sentarnos a la mesa, como lo haría cualquier mexicano
orgulloso de sus valores familiares y de sus alimentos
únicos, y analicemos de cerca lo que hoy consideramos
Gastronómicamente Mexicano.
Primero
que nada, es necesario aceptar que la simple territorialidad es
insuficiente para
definir
lo identitario de un producto cultural humano. Visto así, resulta
difícil decir que
un
platillo es Mexicano sólo por haber sido concebido dentro de los
límites geopolíticos
del
país, pues es más bien el uso que le dan sus consumidores y
reproductores lo que le
conceden
un valor de identidad. Faltará también, desde luego, que las elites
le otorguen a
esa
creación local un valor que pueda entronizarlo al nivel de lo
nacional, para que de esa
manera
pueda ser reconocido por otros, a veces sumamente lejanos y ajenos,
como
propio.Aceptando
esto como cierto, resulta que la adopción de platillos, utensilios y
modos
de comer en México no es sólo consecuencia de una larga tradición
gastronómica,
sino
también de una serie de decisiones políticas que aún hoy buscan
establecer valores
comunes
para la convivencia y la consolidación de una identidad oficialmente
homogénea
para los mexicanos. Ejemplos de esto son el carácter de nacional que
a través
de
recetarios y medios logra tener un Cabrito neoleonés en el Estado de
Chiapas, o el
valor
identitario que se le puede otorgar a una Cochinita Pibil en el
Bajío.
La
gastronomía de un país es casi siempre una invención, o en el
mejor de los casos, una
construcción
histórica. Si bien no es posible negar que muchos de los platillos
que hoy
consumimos
en nuestra nación -causa de un orgullo a veces sólo con tintes
emocionales,
y
por tanto poco reflexivo- cumplen con incluir ingredientes locales e
incluso ostentar
nombres
en lenguas indias, también es necesario decir que no serían lo
mismo si en su
confección
no fueran utilizadas técnicas de cocción importadas y condimentos
venidos de
lugares
verdaderamente remotos. Pensemos, por ejemplo, en un mexicanísimo
Pozole,
idea
verdaderamente antigua que sin embargo hoy se nos muestra
profundamente alterada
-para
bien, desde luego- por “pequeños ajustes” mediterráneos y
asiáticos como la
cebolla,
los rábanos, la lechuga, la carne de puerco y el jugo de limón.
Como se ve, la
inclusión
de posibilidades culinarias ajenas en lo que hoy llamamos lo
Gastronómicamente
Mexicano es una muestra de la enorme flexibilidad de nuestra
cultura,
que lejos de sentirse invadida por otras ideas, se enriquece día con
día al
apropiarse
aquello que le parece conveniente y sabroso, construyéndose a si
misma a
través
del tiempo para definirse como única, y por ilógico que parezca,
inimitable. La
apropiación
constructiva de platillos y su colocación arbitraria en el ideario
representativo
de lo nacional mexicano es tan efectiva que muchas ocasiones nos hace
olvidar
los orígenes e influencias extranjeras de lo que comemos; ha sido el
uso continuo
y
comúnmente aceptado lo que los ha mexicanizado sin que nadie pueda
objetarlo. Así ha
sucedido
ya con el “Sushi” cubierto con salsa de chilpotle y envuelto en
chiles toreados,
las
hamburguesas “a la mexicana” e incluso con nuestros identitarios
Tacos al Pastor,
repletos
de carne de cerdo europeo, cocidos al estilo árabe y adornados con
cilantro
asiático.
La cultura gastronómica nunca debe dejar de construirse, pues de
otro modo,
estática
y cerrada, está destinada a desaparecer.
Lo
Gastronómicamente Mexicano es, pues, lo creado o desarrollado en las
cocinas de lo
que
hoy es nuestro territorio nacional. La aparición de un plato o de
una gastronomía
completa
obedece casi siempre a las necesidades de un grupo humano en un
momento
histórico
preciso y en una geografía específica. Por ello me parece legítimo
afirmar que
un
platillo como el Mole que hoy ilumina mexicanamente nuestras mesas
sólo pudo ser
concebido
en nuestro territorio y al interior de una sociedad novohispana cuya
aproximación
compleja y sensual a los alimentos –enfocada a la percepción del
mundo a
través
de los sentidos- buscaba no sólo satisfacer paladares, sino
encontrar también la
esencia
de lo divino, manifiesto en la creación. El Mole es por tanto, a
pesar de la opinión
de
algunos críticos, un producto del pensamiento que hoy llamamos
“Barroco”, aunque es
también
justo aceptar que su proyección hacia el ámbito de Lo Nacional no
fue efectiva
sino
hasta poco después de la revolución independentista del siglo XIX,
cuando la nueva
sociedad
que emergía comenzó a etiquetar políticamente objetos e ideas como
Mexicanos.
El mole salió entonces de los recetarios novohispanos y recibió en
Puebla su
toque
final, el chocolate, para convertirse en el representante
gastronómico de una
nación.
Lo
Gastronómicamente Mexicano forma parte de la peculiar manera en que
nuestra
sociedad
se percibe y construye a si misma cotidianamente. A través de
acuerdos –y en
ocasiones
de imposiciones- los mexicanos creamos nuestra identidad cultural y
la
portamos
como si se tratara de una armadura, que al tiempo que nos da cohesión
como
grupo
humano nos diferencia efectivamente del exterior. Esta armadura, en
nuestro caso
de
esencia mestiza y por fortuna con espacio para nuevos accesorios, es
la que nos
caracteriza
y nos da identidad. También lo hace la forma única en que
compartimos cosas
y
construimos cultura con elementos del entorno. Sólo los mexicanos,
en México,
podemos
crear cosas verdaderamente mexicanas.
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